Querida Alissa:
¿Qué es la vida? Nos
preguntábamos en la intimidad de la noche. Las estrellas cubrían el firmamento,
pintando un hermoso manto azabache con destellos plateados. Uno junto al otro,
sobre un banco caoba, sentados, perdidas las miradas en la lejanía. El parque
en silencio, calmada las calles que lo rodeaban, solos tu, yo y la luna,
hermosísima luna la de aquella noche.
« ¿La vida?, Nada…»—dije,
escéptico y pesimista―. «Todo»—respondiste, al instante, sonriendo, intentando
encontrarme―. «La vida ―dije― no es más que la última mueca de un cuerpo
inerte, no es más que las sombras de una tenebrosa noche que oscurecen la
posibilidad de amarte». Viste mi rostro cansado, mis ojos caídos, notaste mi cansancio
y acariciándome la mejilla con tu delicada mano, dijiste: « La vida es la
primera sonrisa de un bebé y la aurora rosada que ilumina con especial belleza la
mañana clara y limpia; reír en esa mañana, llorar la tarde siguiente, seguir
llorando el siguiente día y volver a sonreír al terminar la semana ». Mis ojos
seguían perdidos entre el gris de las losas, estaba abatido. Pero no te
rendiste, cogiste mi mano y yo alcé la vista, tus ojos brillaban con más
luminosidad que las estrellas, en tú mirada no había pesar, solo hechizo dulce
que encantaba mis sentidos. Quisiste evitarme más aflicción, pero yo seguía
obstinado: «la vida es penar en Otoño, estar rodeado de estruendosos sonidos,
estar ciego, sordo y mudo; temer, llorar, cerrar los ojos y nada más» ―dije—.
Irradiabas belleza en la lúgubre noche. A pesar de mi tozudez no te dejaste
vencer, «la vida es alegrarse en primavera después de penar en Otoño, es estar
rodeado del más estruendoso sonido para al instante siguiente estar en el más
sepulcral silencio, es ver estando ciego, oír estando sordo, es reír en una
desgracia y llorar en una alegría; es aprender y enseñar, ser maestro y alumno;
ser juzgado y juzgar y sobre todo es decirle a quien quieres ¡te quiero!,
entregándole tu vida y a quien amas ¡te amo!, entregándole tu corazón sin dudar»
—dijiste, intentando animarme—. Yo seguía sumido en un inmenso vacío, mis ojos
volvieron al gris frío, todo era silencio, silencio incómodo y desolador. Te
levantaste con enfado, pensando que no te oía, que no reaccionaba, pero antes
de que pudieras andar, te agarré de la mano. «La vida es fundirse unos labios
en la pasión del amor y sentir con solo una mirada que se estremece el alma» —dije
con firmeza—; nuestros ojos se hallaron, perdiéndose los míos en la profundidad
de los tuyos, rindiéndome a la dulzura de tu gesto. Desarmado, me despojé del
escudo, de la máscara y agarrándote por la cintura te di un beso en los labios,
un beso mágico, eterno, único.
«¿Qué es la vida?» —Dijimos
al unísono sonriendo— la vida es amar, amar y nada más.
El
Jovencito Hablador