jueves, 12 de abril de 2012

El loco miope.


EL LOCO MIOPE.

Aprovechando, con permiso vuestro, la libertad que nos proporciona un blog, y permitiéndoseme hoy cambiar la opinión por la anécdota sin que este atrevimiento sea motivo de crítica, quisiera recordar un hecho que aconteció, no ha mucho, entre dos pueblos colindantes del sur de Andalucía. La historia de un joven, al que, veremos por qué, pusieron por sobrenombre el de “Loco miope”,  una historia curiosa que os quiero contar por venir muy bien a nuestros propósitos y muy a nuestro estilo.

        Nació, pues, nuestro protagonista, en una familia acomodada que vivía en una barriada al sur de Andalucía, sin exceso de lujo pero sin falta de comodidades, hará hoy unos veinticuatro años. Como es natural en quien puede permitírselo, cuando tuvo la mayoría de edad y siendo amante incondicional de los libros, halló en la Universidad un pequeño paraíso en el que aprender y formarse.  Aunque era sabedor de la inutilidad que parecen representar hoy las letras, nuestro loco no dudó en licenciarse en Periodismo a los veintitrés e iniciarse en la Filología española el mismo año, tal era su amor por la escritura y por  la lectura. Como la gran mayoría de los jóvenes, el loco miope, hallaba descanso de tanto libro en la televisión o navegando en la red, viéndose así, cubierto, sin quererlo, por el clima depresivo y fatalista que en estos tiempos auguran los medios para el futuro de los jóvenes, ahogándose en un presente de incertidumbre.

            Hallábase, como solía hacer cada tarde, Santiago, que así se llamaba nuestro protagonista hasta que fue apodado “loco miope”, sentado, amparado del sol primaveral bajo la copa de un frondoso árbol, apoyada la espalda contra el  grueso tronco de un Naranjo y puestos los ojos y toda la atención en un ejemplar de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, siendo Sancho y Don Quijote dos buenos compañeros que le regalaban ratos divertidos en la soledad y calma que, a veces, la vida nos brinda. Acaeció en esa misma tarde algo insólito y curioso, acometióle a nuestro joven una miopía tal y tan extraña que todo lo que delante de sus ojos había, trocaba en otra cosa, siendo esta una miopía pasajera, volviéndose a la normalidad minutos después; así, el ejemplar que llevaba de “Don Quijote” hubo de transformase, en su arrebato de ceguera y locura, en una sencilla etiqueta de champú que arrojó inmediatamente al suelo, tal la veía de aburrida y simple. Las piedras insignificantes y sin valor que había a su alrededor, veíalas como monedas de euros y recogíalas ansioso y raudo para evitar que otro las viera, depositándolas en sus bolsillos con tal ambición y necedad que acabó por romper el pantalón, viéndose en calzoncillos, siendo esta vestimenta para él, la forma y vestimenta de un superhéroe y alegrándose por ello. De esta guisa fue nuestro estudiante al ayuntamiento del pueblo que a sus ojos era un castillo medieval, provocando los comentarios de todos los que le rodeaban que él creía alabanzas por sus heroicidades. Una vez hubo llegado, estando frente a las escaleras, quiso el azar poner al alcalde y a dos concejales saliendo del edificio; en viendo esto nuestro loco, tomó al alcalde por rey medieval y  a sus dos concejales por vasallos, y acercándose a ellos y haciendo una reverencia díjoles:

            “Su ilustrísima, disculpe mi atrevimiento, pero mi familia necesita pan para todos los días y no pan para hoy y hambre para mañana”.

            A la mañana siguiente, estaba nuestro “loco miope” andando camino del médico, pues esta fue la recomendación de sus familiares, cuando topó con uno de esos perros pequeños que son “perro ladrador poco mordedor” ladrándole, pues, su dueño no lo llevaba sujeto como dicta la ley. En esto que viene el perro hacia el loco miope y acometióle la miopía, tomando, así, al animal por balón de fútbol y a los ladridos que emitía por gritos de la afición que coreaba su nombre, y, así, en un arranque de euforia y completando la petición de su público, de una patada envió al animal contra el inepto de su dueño que había tomado por una portería.

Una vez hubo llegado al hospital, se dirigió al mostrador para pedir su cita y atendióle una de esas señoras dicharacheras que comenzó a hablar de todo menos de la cita que pretendía nuestro joven, que apenas conseguía terminar una frase, tal era la verborrea sin respiración de la señora. Entonces, le arrebató a nuestro loco miope la locura y tomóla por cotorra hasta tal punto que cuando tuvo unos segundos de paz, díjole, parafraseando a Shackespeare:

“Señora, habla usted más en una hora de lo que podría oír en un mes…”

Muchas más anécdotas quisiera contaros sobre este peculiar personaje pero el espacio no me permite seguir, con lo que me veo obligado a posponer más locuras de este curioso joven que iré intercalando con mis artículos.
EL JOVENCITO HABLADOR

domingo, 8 de abril de 2012

EL JOVENCITO HABLADOR. REVISTA SATÍRICA DE COSTUMBRES. Nº4.


EQUILIBRIO.

 “No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace parecer así” Shakespeare (Hamlet).

Dos noches ha ya que mis meditaciones filosóficas empezaron a tomar forma corpórea bajo la autoridad de mi pluma. Todo un tropel de ideas se mezclaba en innumerables papeles cada noche, sin armonía, en curioso desorden y extraño libertinaje. Cuando ya la desesperanza había turbado y anulado mi deseo por escribir, quiso la fortuna que tomaran cierta forma y he aquí el caótico resultado. No erraba Polonio cuando decía aquello de: “la brevedad es el alma del ingenio” (W. Shakespeare). Es cierto, que a pesar de todo quise extenderme y escribir ampliamente sobre todas aquellas ideas que me asaltaban, sin embargo, cuando la noche trocaba en día, justo cuando la aurora despertaba con los primeros haces de luz, mis reflexiones se desvanecían y acudían a su confín, y solo a la siguiente noche volvían, al igual que los espíritus de Hamlet: “He oído decir que el gallo con su altanera garganta de agudo sonido despierta al dios del día; y que ante su aviso, todo espíritu que yerre y  vague por mar, fuego, tierra o aire, acude a su confín” (W. Shakespeare).

    En cuanto el sol, ya alojado en el techo celeste, anunciaba las primeras horas de la mañana, inicié mis quehaceres diarios ofreciéndome un descanso para tomar el desayuno en compañía del periódico. Al principio no era consciente, tal es la maestría con la que está todo predispuesto, pero en cuanto moví un pie, un sinfín de mensajes auditivos y visuales por parte de la televisión, radio y prensa luchaban con ahínco y fanática entrega, por exigirme y enseñarme cómo había de pensar, actuar, hablar, vestirme, reírme, alegrarme, entretenerme, ahorrar y otras muchas lecciones que van desde comerme o no una manzana hasta cómo debo mantener relaciones sexuales y con qué. No sé como con tantas lecciones y tantos maestros suele haber gente que no sabe de respeto ni educación, o quizás es que eso no se enseña… Parece ser que no es suficiente con coartar nuestra libertad física, también es necesario encarcelar nuestro pensamiento. “Palabras, palabras, palabras” (Hamlet, W. Shakespeare)…

    Ten cuidado, querido lector, los medios quieren convertir todo nuestro libre y caótico mundo interno en sencilla y pueril dicotomía, ¡no lo permitas! Y cuidado porque a base de esfuerzo sucumbes… Yo mismo, cuando quise darme cuenta, ya no hablaba de política sino de izquierda o derecha; ya no hablaba de deporte sino de Barcelona o Madrid; ya no hablaba de televisión sino de Antena tres o Telecinco; y así, todo se convierte en un “ying” “yang” sin complementarios, en blanco o negro sin rojo, azul o gris. Es por ello, por lo que, con el último suspiro y el último aliento de inspiración libre, fuera de convencional imposición, quise redactar este pequeño artículo para recordar que no todo es ser diestro o zurdo, de izquierda o de derecha, bueno o malo.

    No se sorprenda lector, por esto que le vengo diciendo, según nuestros medios de comunicación toda nuestra vida es duda y elección, pasear por un bosque de frondosos árboles, abrirse dos caminos, y no tener más opción que elegir uno de los dos: derecho o izquierdo. Si elegimos derecho, la RAE nos recuerda, entre otras acepciones, las de “justicia”, “razón”, “legítimo” o “cierto”, mientras que la izquierda es siniestra y siniestro es: “malintencionado”, “funesto”, “propensión o inclinación a lo malo”… Así, lo más sencillo, es optar por el camino recto o mejor dicho “derecho”. ¿Sencillo verdad? Por cierto, o andas por el sendero de la izquierda o por el de la derecha pero no quieras salir del bosque porque entonces no entenderás lo que dicen en la televisión, el periódico o la radio porque gusta de convertirlo todo en una rivalidad absoluta entre dos fuerzas.

    Yo como buen descarriado y viendo la situación concluiré recomendando mi opción. Equilibrio: “Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente.” (RAE).

EL JOVENCITO HABLADOR