lunes, 22 de abril de 2013

Querido lector.

"Escribir es la manera más profunda de leer la vida." Francisco Umbral.
Es un buen momento para escribir, nada me distrae; ya está todo oscuro, nada se oye; es noche silenciosa, noche limpia, noche clara y etérea… Alzando la vista, veo estrellas brillar orgullosas sin ningún velo que cubra su hermoso espectáculo de luces ¡qué belleza! Sí, es buen momento, ahora puedo hablar conmigo y contigo, puedo verme y mostrarme para que me veas, puedo oírme y conseguir que me oigas, puedo ser yo y presentarme ante ti para que me conozcas y tener el honor de conocerte, puedo sentarme a escribirte y quiero que te acomodes y me leas. 

     Hoy quiero apartar mi ego, a veces nos olvidamos de valorar lo que tenemos porque estamos tan centrados en nosotros mismos que desatendemos lo que verdaderamente importa. Este pequeño escrito es para ti lector porque sin ti solo soy letras sin sentido en papeles que caerán en el olvido, palabras que el viento se llevará, palabras sin rumbo, palabras sin destino, palabras con vida que no habrán vivido. ¡Qué complejo es dedicarte unas palabras! Podía haber optado por utilizar complicadas metáforas, rebuscadas alegorías u otros recursos literarios para crear un juego ficticio escritor/lector pero los días como hoy no han de empañarse con letras artificiosas. Decía un humilde sabio que las cosas más complejas empiezan siendo sencillas, pues que estas líneas sean así, sencillas, naturales y espontáneas, tal cual es la vida, tal cual es la naturaleza. Apartaré el velo que nos separa, gracias a ti existe este 23 de Abril, no hay libro sin lector nunca lo olvides, hay escritores que creen estar por encima de sus lectores, recuérdales que ningún hombre está por encima de otro, al final de la partida tanto el peón como el rey acaban en la misma caja, no te restes importancia, ser lector es extremadamente complejo, no todo el mundo sirve para leer y más aún para leer, juzgar, criticar y reflexionar sobre lo leído, al fin y al cabo, ¿qué somos tú y yo sino escritores que leen la vida y lectores que escriben la suya propia? Nuestra cultura y nuestra sociedad necesita personas que lean, te necesitan, y ten presente que sin ti la ficción del escritor no cobrará jamás vida, de qué sirve crear, si la creación no ha de vivir. Gracias de todo corazón por leerme, el tiempo es valiosísimo, no tiene precio, y, sin embargo, tú estás ahí, dedicando un poco del tuyo a mis letras, demostrándome tu valía, recompensando mi esfuerzo compartiendo un instante conmigo, gracias, y no te preocupes, como ves, no me olvido de ti porque lo que creo, tiene un confortable hogar en tu memoria y allí sé que está a salvo. Gracias por pedirme más, por opinar, por criticar, por ayudarme a crecer con cada entrada publicada, no abandones a este jovencito y en este 23 de Abril recibe mi feliz día del libro leyendo este pequeño fragmento que te dedico.

EL JOVENCITO HABLADOR

sábado, 13 de abril de 2013

El hablar mal sin conocer bien (Artículo publicado en el Mijas semanal 2009).

“Habló el buey y dijo… ¡mu!”
(Refrán)

El desesperado anhelo por pasear y por encontrar lugares cuyo ruido aplaque mí, a veces generalizado malestar, me lleva a ver, oír y escuchar infinidad de necedades que, con gusto, plasmo en mi pequeña libreta en forma de garabatos. Estos pequeños apuntes son los que me ofrecen esos momentos divertidos cuando papel y bolígrafo danzan unidos. Entre estos paseos, suelo oír, con demasiada frecuencia, una palabra que todos traen en boca, siempre como culpable de todo, como comodín sobre el que cargar todos los problemas que nos rodean.

Salgo a la calle; bajo los rayos del sol, los campos florecen, las abejas revolotean y los pajarillos cantan. Al ver que la naturaleza ofrece un cuadro tan bello, decido dar un paseo por los alrededores, sentir ese optimismo, esa vitalidad que la primavera trae consigo; cuando, de nuevo, vuelvo a toparme con esa palabra que tanto me cansa oír. “Ayuntamiento”, “ayuntamiento”, “ayuntamiento”… Todo este eco molesto me recuerda a un pajarillo que suele repetir una y otra vez la misma palabra, la que le han enseñado y dada su ignorancia repite. Me pregunto porqué el animal inteligente hace lo mismo que este pajarillo ignorante, y, esto, me lleva a dos conclusiones para explicar este fenómeno: o bien, en ciertas mentes inteligentes solo hay sitio para una palabra que repiten cual papagayo, o bien, la evolución nos ha regalado un nuevo espécimen cuya cadena genealógica proviene del loro. 

Tras esta digresión, sigo mi camino cuando de nuevo vuelvo a oír el mismo vocablo en boca de ciertas personas como ente al que culpar de todos los males que le rodean (“la culpa es del ayuntamiento”), esto trae a mi memoria a una viuda muy laboriosa que tenía tres jóvenes criadas, a las que despertaba por la noche al canto del gallo para empezar el trabajo. Ellas, extenuadas por el trabajo diario, tuvieron la idea de matar al gallo creyéndolo culpable de su desgracia, puesto que despertaba a su señora antes de que se iniciara el día; pero, ejecutado el propósito, se dieron cuenta de que habían agravado su mal; pues la viuda al no tener al gallo que le indicaba la hora, las hacía levantar antes para ir a trabajar. Estas personas son como estas tres jóvenes, se dedican a culpar de sus males a lo primero que creen culpable. 

Mi curiosidad innata, me lleva a acercarme a estas gentes, a saber si sus diatribas son ciertas y están bien fundadas, ya que de ser así, serán personas fascinantes porque además de llevar adelante su vida, son capaces de ser jueces con el don de la omnisciencia. Pero, me doy cuenta cuando observo su actitud que hablan mal sin conocer bien. Su manera de ser queda definida perfectamente con una canción de mi infancia: “el caballo camina para adelante, el caballo camina para atrás, eeo, eeoeeeo…”. Y es que cuando están delante de uno de los integrantes de dicho ente, caminan hacia atrás, se deshacen en halagos y alabanzas; sin embargo, cuando se encuentran lejos de alguno de los miembros de esta entidad se echan hacia delante y despotrican hasta la saciedad; mi infancia tiene otra canción para ellos: “borriquito como tú, tururú, que no sabes ni la u…” 

Concluyo mi paseo con la caída del sol, y entre reflexiones llego a varias conclusiones: la primera, que una crítica está bien siempre y cuando se realice en el momento en que se haga algo mal, se sepa lo que se critica, y además, tenga una finalidad, el objetivo de mejorar. La segunda conclusión es, que no solo se debe criticar, sino también alabar si se hacen bien las cosas. A todo el mundo le gusta oír algún elogio de vez en cuando. 



El Jovencito Hablador

domingo, 7 de abril de 2013

¿Amas? Dilo abiertamente.

“Intentar acallar la voz del corazón es arrancarse la vida latido a latido, es expirar dejando escapar cada aliento vital”. El J. Hablador.
En un pequeño santuario religioso, situado entre frondosos árboles y enclavado en una altísima montaña, donde no sabría decir qué religión se practicaba, convivían veintinueve monjes y una monja que juntos asistían a las enseñanzas de un afamado maestro; no era nada fácil entrar a formar parte de este grupo de privilegiados, solo los que demostraban cualidades conseguían ser aceptados por el mentor que regía aquel templo sagrado. Solo había una mujer en el selecto grupo, que por nombre tenía el de María, una mujer bellísima, aún estando vestida con ropas propias de lo que se exigía en el santo lugar en el que cada día se reunían todos para la meditación. María era una mujer con unos preciosos ojos, fríos al mirar y cálidos al sonreír, unos labios finos y unas facciones delicadas; aunque cuando permanecía seria, daba impresión de ser distante y arisca, al sonreír dulcificaba completamente su apariencia. Su retiro de la vida y búsqueda de quietud interior, tenían que ver con las circunstancias que había vivido, y la mejor manera de hallar cierta paz interior, era escuchar hablar a la naturaleza que le susurraba con el soplo sibilante del viento y el movimiento oscilante de las hojas. La hermosura, casi angelical, de María, atraía, irremediablemente, las miradas de los monjes del templo, a pesar de ser hombres de un tesón inquebrantable y una voluntad férrea bien conocidas. Pero el amor es una fuerza incontrolable que no hay muro o fortaleza que la detenga, ni grillete o cárcel que la retenga y la belleza de María era tal, que tenía cautivos, incluso, unos corazones entrenados contra el arrebato de las pasiones; así, muchos de los monjes que la rodeaban, la amaban secretamente, y, conocedores de su imposible amor, permanecían en silencio porque lo contrario supondría la expulsión y el desprecio de por vida. Pero el silencio no duraría eternamente… Intentar acallar la voz del corazón es arrancarse la vida latido a latido, es expirar dejando escapar cada aliento vital… 

Una mañana de primavera, María, al despertar, se encontró con un sobre que estaba en el suelo y que parecía haber sido echado por debajo de la puerta; su humilde cuarto solo tenía una cama, una pequeña mesa de madera junto a su cama y un modesto armario caoba ajado por el tiempo. Recogió el sobre y en él se leía: 

Querida María:

Sé que con esta pluma que te escribo en la hoja de papel que lees, quiebro los muros que han de separarnos y reto a las leyes que nos rigen. Aun sabiendo que no es posible vencer en esta contienda y que más valdría rendirse y entregarse a la amarga realidad, soñaré que es posible encontrarte, rodeada del verdor y la frescura primaveral, bañada por los rayos dorados del sol, exhibiendo la sonrisa más hermosa que vi, veo y veré, sin nada que me aflija, con la mente tan limpia y cristalina como la mañana que te entrego esta carta, y, allí, perdido en tus ojos en confusa ensoñación, no temeré vivir ni morir, no temeré ni a vivos ni a muertos, no temeré a la vida ni a la muerte, solo me acercaré a ti con el corazón palpitando acelerado, y sin pensar nada más, te besaré y te amaré por siempre, en un instante fugaz que será nuestro eternamente. 

Si quieres saber quién soy, te espero en el árbol que hay junto al río en la próxima aurora. 


El sol se había puesto tras las montañas, todos los monjes y María estaban ya en silencio sentados sobre el frío mármol que con la retirada del sol era casi como el hielo, con los ojos cerrados y perdidos en innumerables pensamientos. María solo tenía una cosa en mente, aquello que había leído. Después de pensarlo mucho, finalmente, abrió los ojos, recorrió con la mirada todos aquellos rostros silenciosos, y en un arranque de valentía, se levantó, y, arriesgándose a ser expulsada del lugar más preciado que había conocido, infringiendo una de las normas más sagradas del templo, interrumpir la meditación, rompiendo con el silencio que imperaba en la sala, dijo, con voz clara y firme: -“¡Si me amas, dilo aquí y ahora, dilo abiertamente!” Los monjes quedaron atónitos... Su maestro sonrió. 

Con estas palabras, María dio una lección de valentía a todos los hombres que compartían aquella silenciosa sala, y, en especial, al monje que le había escrito desde el silencio y el anonimato.

EL JOVENCITO HABLADOR.