“Los jóvenes son como las plantas: por los
primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir.” Demócrates.
N
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o sé en
qué consiste que soy persona que gusta de oír y observar todo aquello que me
rodea; esta curiosidad innata me lleva a frecuentar todo tipo de sitios y a conocer
a todo tipo de gente, proporcionándome, estas experiencias, el material que
necesito para pasar esos ratos de carcajadas de los que disfruto cuando
escribo. Por razones obvias, es al grupo al que pertenezco del que más me fijo,
encontrando la mayor parte de este, en la pereza, su mayor pasatiempo, en la
fiesta su único oficio, en los vicios costumbres, y en el consumismo
desenfrenado su único sueño. El don, el gracias o el por favor han desaparecido
de su diccionario porque el respeto y la educación son dos conceptos que
necesitan esfuerzos diarios, de la misma manera que leer o estudiar necesitan
de un esfuerzo mental constante. Aunque con esto que digo me coloco la máscara
de viejo aburrido que cansado de su existencia vital dedica su aburrimiento a
criticar a los jóvenes, la realidad es muy distinta porque no uso el “todos”
como si entendiese y supiese verdaderamente lo que digo, ni hablo desde la
nostalgia de “cualquier tiempo pasado fue mejor” que corroboraría que realmente
ni entiendo, ni sé de que hablo.
Cuando camino por las recónditas calles
de mi rejuvenecido pueblo, observo que la construcción ha avanzado mucho estos
años, pareciera, incluso, que toda nuestra economía se hubiera centrado en ella;
y entre tanto edificio frío e inerte, hallo espacios pequeños en los que
acomodarme y reflexionar de cuanto veo, así, de alguna manera, agradezco, de
entre tanta ineptitud, que aún se esfuercen los que nos dirigen en mantener
esos parques en los que solía pasar algunos ratos agradables cuando era niño.
Una vez acomodado en unos de sus bancos, mezcla de madera y acero, siento la
brisa que desprende la primavera y centro la vista en los jardines en flor que
lo flanquean cuyo verdor y frescor torna en repugnancia y mal olor al paso de
las mascotas de ciertos dueños que se dedican a aprovechar lo poco de bonito y
natural que nos queda, para abonar y ofrecernos, debido a la pereza de no
recoger los desechos, una fragancia única y muy natural también; no me queda,
pues, otra cosa que agradecer a estos ilustres dueños que nos ofrezcan el abono
necesario para fertilizar nuestros jardines, y decirles que de camino
fertilicen también sus casas, así irán oliendo acorde con su actitud. Ya saben,
en los nuevos parques que se inauguren pondremos un anuncio que diga: Parque
nuevo busca perro, perra o animal de compañía cualquiera que lo bautice; no
importa si con agua bendita o plantando un pino.
Con este tono jovial con el que escribo,
reprendo verbalmente a uno de los dueños, que me responde con indiferencia,
como si con él no fuese la cosa, al igual que el que escucha llover una mañana
de otoño, aunque en Málaga una mañana lluviosa es todo un acontecimiento, aquí
si me refiero a total indiferencia.
Huyendo del hedor y los comportamientos
incívicos camino calle abajo y me topo con un pequeño parque que tiene cuatro
bancos, suelo de losas grises, un columpio y un par de artefactos de acero con
un muelle y forma de caballo en el centro, todo ello flanqueado por dos
pequeños jardines; a pesar de ser una tarde soleada que invitaba al paseo, no
hallo allí a ningún niño que pase sus breves momentos de infancia al calor que
brinda el cariño de sus padres o abuelos, padres y abuelos que todo olvidan
cuando ven sonreír a sus pequeños, mientras se balancean risueños. Lo que allí
hallo es a un grupo de jóvenes mal-sentados en el respaldo de uno de los bancos,
dedicando su tiempo a convertir los vicios en costumbres. De entre la neblina
grisácea que olía a pobres pulmones puedo divisar a dos jóvenes, ambos vestidos
con vaqueros y sudaderas. Uno de ellos cubre su cabeza y rostro con la capucha
de su prenda, parece la imagen personificada de la muerte, solo que a
diferencia de esta, nuestro joven, en vez de empuñar una guadaña tiene un
cigarro que no contenía precisamente tabaco y que bien mirado tenía la misma
utilidad. El joven del que hablo, al percibir mi presencia dirige su mirada
hacia donde yo estoy, así, puedo ver entre la oscuridad en que se había sumido
aquel lugar, sus ojos enrojecidos y de párpados caídos que solo incitaban a
marcharse de allí. Mezcla de asustado y enfadado, salgo como puedo de aquel
infierno comprendiendo por qué no veo a niños pequeños por los parques de
nuestras ciudades.
Concluido mi paseo, dirijo mis pasos
hacia mi casa con el pensamiento en estos derroteros, evocando las experiencias
que había vivido, reflexionando sobre lo visto, y perdido en estos devaneos,
teniendo que aliviarme pensando que no son estos todos los jóvenes, ni esos
todos los dueños, ni ese el estado de todos los parques.
EL JOVENCITO
HABLADOR
2 comentarios:
Me encanta tu critica.. tienes tanta razon.. Y para nada es una opinion "de abuelo", para nada. Aunque nosotros seamos jóvenes tambien somo coherentes. En fin, esto es lo que nos ha tocado vivir..
Felicidades por tu escrito! ^^
Gracias, Natalia, por la opinión; y gracias también por dedicar unos minutos a leerme.
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