jueves, 8 de marzo de 2012

EL JOVENCITO HABLADOR. REVISTA SATÍRICA DE COSTUMBRES. Nº2


                             El parque   (artículo refundido)

“Los jóvenes son como las plantas: por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir.” Demócrates.


N
o sé en qué consiste que soy persona que gusta de oír y observar todo aquello que me rodea; esta curiosidad innata me lleva a frecuentar todo tipo de sitios y a conocer a todo tipo de gente, proporcionándome, estas experiencias, el material que necesito para pasar esos ratos de carcajadas de los que disfruto cuando escribo. Por razones obvias, es al grupo al que pertenezco del que más me fijo, encontrando la mayor parte de este, en la pereza, su mayor pasatiempo, en la fiesta su único oficio, en los vicios costumbres, y en el consumismo desenfrenado su único sueño. El don, el gracias o el por favor han desaparecido de su diccionario porque el respeto y la educación son dos conceptos que necesitan esfuerzos diarios, de la misma manera que leer o estudiar necesitan de un esfuerzo mental constante. Aunque con esto que digo me coloco la máscara de viejo aburrido que cansado de su existencia vital dedica su aburrimiento a criticar a los jóvenes, la realidad es muy distinta porque no uso el “todos” como si entendiese y supiese verdaderamente lo que digo, ni hablo desde la nostalgia de “cualquier tiempo pasado fue mejor” que corroboraría que realmente ni entiendo, ni sé de que hablo.
         Cuando camino por las recónditas calles de mi rejuvenecido pueblo, observo que la construcción ha avanzado mucho estos años, pareciera, incluso, que toda nuestra economía se hubiera centrado en ella; y entre tanto edificio frío e inerte, hallo espacios pequeños en los que acomodarme y reflexionar de cuanto veo, así, de alguna manera, agradezco, de entre tanta ineptitud, que aún se esfuercen los que nos dirigen en mantener esos parques en los que solía pasar algunos ratos agradables cuando era niño. Una vez acomodado en unos de sus bancos, mezcla de madera y acero, siento la brisa que desprende la primavera y centro la vista en los jardines en flor que lo flanquean cuyo verdor y frescor torna en repugnancia y mal olor al paso de las mascotas de ciertos dueños que se dedican a aprovechar lo poco de bonito y natural que nos queda, para abonar y ofrecernos, debido a la pereza de no recoger los desechos, una fragancia única y muy natural también; no me queda, pues, otra cosa que agradecer a estos ilustres dueños que nos ofrezcan el abono necesario para fertilizar nuestros jardines, y decirles que de camino fertilicen también sus casas, así irán oliendo acorde con su actitud. Ya saben, en los nuevos parques que se inauguren pondremos un anuncio que diga: Parque nuevo busca perro, perra o animal de compañía cualquiera que lo bautice; no importa si con agua bendita o plantando un pino.

 Con este tono jovial con el que escribo, reprendo verbalmente a uno de los dueños, que me responde con indiferencia, como si con él no fuese la cosa, al igual que el que escucha llover una mañana de otoño, aunque en Málaga una mañana lluviosa es todo un acontecimiento, aquí si me refiero a total indiferencia.
         Huyendo del hedor y los comportamientos incívicos camino calle abajo y me topo con un pequeño parque que tiene cuatro bancos, suelo de losas grises, un columpio y un par de artefactos de acero con un muelle y forma de caballo en el centro, todo ello flanqueado por dos pequeños jardines; a pesar de ser una tarde soleada que invitaba al paseo, no hallo allí a ningún niño que pase sus breves momentos de infancia al calor que brinda el cariño de sus padres o abuelos, padres y abuelos que todo olvidan cuando ven sonreír a sus pequeños, mientras se balancean risueños. Lo que allí hallo es a un grupo de jóvenes mal-sentados en el respaldo de uno de los bancos, dedicando su tiempo a convertir los vicios en costumbres. De entre la neblina grisácea que olía a pobres pulmones puedo divisar a dos jóvenes, ambos vestidos con vaqueros y sudaderas. Uno de ellos cubre su cabeza y rostro con la capucha de su prenda, parece la imagen personificada de la muerte, solo que a diferencia de esta, nuestro joven, en vez de empuñar una guadaña tiene un cigarro que no contenía precisamente tabaco y que bien mirado tenía la misma utilidad. El joven del que hablo, al percibir mi presencia dirige su mirada hacia donde yo estoy, así, puedo ver entre la oscuridad en que se había sumido aquel lugar, sus ojos enrojecidos y de párpados caídos que solo incitaban a marcharse de allí. Mezcla de asustado y enfadado, salgo como puedo de aquel infierno comprendiendo por qué no veo a niños pequeños por los parques de nuestras ciudades.
         Concluido mi paseo, dirijo mis pasos hacia mi casa con el pensamiento en estos derroteros, evocando las experiencias que había vivido, reflexionando sobre lo visto, y perdido en estos devaneos, teniendo que aliviarme pensando que no son estos todos los jóvenes, ni esos todos los dueños, ni ese el estado de todos los parques.
EL JOVENCITO HABLADOR

2 comentarios:

Natalia dijo...

Me encanta tu critica.. tienes tanta razon.. Y para nada es una opinion "de abuelo", para nada. Aunque nosotros seamos jóvenes tambien somo coherentes. En fin, esto es lo que nos ha tocado vivir..
Felicidades por tu escrito! ^^

El jovencito hablador dijo...

Gracias, Natalia, por la opinión; y gracias también por dedicar unos minutos a leerme.

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