sábado, 13 de abril de 2013

El hablar mal sin conocer bien (Artículo publicado en el Mijas semanal 2009).

“Habló el buey y dijo… ¡mu!”
(Refrán)

El desesperado anhelo por pasear y por encontrar lugares cuyo ruido aplaque mí, a veces generalizado malestar, me lleva a ver, oír y escuchar infinidad de necedades que, con gusto, plasmo en mi pequeña libreta en forma de garabatos. Estos pequeños apuntes son los que me ofrecen esos momentos divertidos cuando papel y bolígrafo danzan unidos. Entre estos paseos, suelo oír, con demasiada frecuencia, una palabra que todos traen en boca, siempre como culpable de todo, como comodín sobre el que cargar todos los problemas que nos rodean.

Salgo a la calle; bajo los rayos del sol, los campos florecen, las abejas revolotean y los pajarillos cantan. Al ver que la naturaleza ofrece un cuadro tan bello, decido dar un paseo por los alrededores, sentir ese optimismo, esa vitalidad que la primavera trae consigo; cuando, de nuevo, vuelvo a toparme con esa palabra que tanto me cansa oír. “Ayuntamiento”, “ayuntamiento”, “ayuntamiento”… Todo este eco molesto me recuerda a un pajarillo que suele repetir una y otra vez la misma palabra, la que le han enseñado y dada su ignorancia repite. Me pregunto porqué el animal inteligente hace lo mismo que este pajarillo ignorante, y, esto, me lleva a dos conclusiones para explicar este fenómeno: o bien, en ciertas mentes inteligentes solo hay sitio para una palabra que repiten cual papagayo, o bien, la evolución nos ha regalado un nuevo espécimen cuya cadena genealógica proviene del loro. 

Tras esta digresión, sigo mi camino cuando de nuevo vuelvo a oír el mismo vocablo en boca de ciertas personas como ente al que culpar de todos los males que le rodean (“la culpa es del ayuntamiento”), esto trae a mi memoria a una viuda muy laboriosa que tenía tres jóvenes criadas, a las que despertaba por la noche al canto del gallo para empezar el trabajo. Ellas, extenuadas por el trabajo diario, tuvieron la idea de matar al gallo creyéndolo culpable de su desgracia, puesto que despertaba a su señora antes de que se iniciara el día; pero, ejecutado el propósito, se dieron cuenta de que habían agravado su mal; pues la viuda al no tener al gallo que le indicaba la hora, las hacía levantar antes para ir a trabajar. Estas personas son como estas tres jóvenes, se dedican a culpar de sus males a lo primero que creen culpable. 

Mi curiosidad innata, me lleva a acercarme a estas gentes, a saber si sus diatribas son ciertas y están bien fundadas, ya que de ser así, serán personas fascinantes porque además de llevar adelante su vida, son capaces de ser jueces con el don de la omnisciencia. Pero, me doy cuenta cuando observo su actitud que hablan mal sin conocer bien. Su manera de ser queda definida perfectamente con una canción de mi infancia: “el caballo camina para adelante, el caballo camina para atrás, eeo, eeoeeeo…”. Y es que cuando están delante de uno de los integrantes de dicho ente, caminan hacia atrás, se deshacen en halagos y alabanzas; sin embargo, cuando se encuentran lejos de alguno de los miembros de esta entidad se echan hacia delante y despotrican hasta la saciedad; mi infancia tiene otra canción para ellos: “borriquito como tú, tururú, que no sabes ni la u…” 

Concluyo mi paseo con la caída del sol, y entre reflexiones llego a varias conclusiones: la primera, que una crítica está bien siempre y cuando se realice en el momento en que se haga algo mal, se sepa lo que se critica, y además, tenga una finalidad, el objetivo de mejorar. La segunda conclusión es, que no solo se debe criticar, sino también alabar si se hacen bien las cosas. A todo el mundo le gusta oír algún elogio de vez en cuando. 



El Jovencito Hablador

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