EL LOCO MIOPE.
Aprovechando, con permiso vuestro, la libertad que nos proporciona un blog, y permitiéndoseme hoy cambiar la
opinión por la anécdota sin que este atrevimiento sea motivo de crítica,
quisiera recordar un hecho que aconteció, no ha mucho, entre dos pueblos colindantes
del sur de Andalucía. La historia de un joven, al que, veremos por qué,
pusieron por sobrenombre el de “Loco miope”, una historia curiosa que os quiero contar por
venir muy bien a nuestros propósitos y muy a nuestro estilo.
Nació, pues, nuestro protagonista, en una familia acomodada que vivía en
una barriada al sur de Andalucía, sin exceso de lujo pero sin falta de
comodidades, hará hoy unos veinticuatro años. Como es natural en quien puede permitírselo,
cuando tuvo la mayoría de edad y siendo amante incondicional de los libros, halló
en la Universidad un pequeño paraíso en el que aprender y formarse. Aunque era sabedor de la inutilidad que
parecen representar hoy las letras, nuestro loco no dudó en licenciarse en
Periodismo a los veintitrés e iniciarse en la Filología española el mismo año,
tal era su amor por la escritura y por la lectura. Como la gran mayoría de los
jóvenes, el loco miope, hallaba descanso de tanto libro en la televisión o
navegando en la red, viéndose así, cubierto, sin quererlo, por el clima
depresivo y fatalista que en estos tiempos auguran los medios para el futuro de
los jóvenes, ahogándose en un presente de incertidumbre.
Hallábase, como solía
hacer cada tarde, Santiago, que así se llamaba nuestro protagonista hasta que
fue apodado “loco miope”, sentado, amparado del sol primaveral bajo la copa de
un frondoso árbol, apoyada la espalda contra el
grueso tronco de un Naranjo y puestos los ojos y toda la atención en un
ejemplar de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, siendo Sancho y
Don Quijote dos buenos compañeros que le regalaban ratos divertidos en la
soledad y calma que, a veces, la vida nos brinda. Acaeció en esa misma tarde
algo insólito y curioso, acometióle a nuestro joven una miopía tal y tan
extraña que todo lo que delante de sus ojos había, trocaba en otra cosa, siendo
esta una miopía pasajera, volviéndose a la normalidad minutos después; así, el
ejemplar que llevaba de “Don Quijote” hubo de transformase, en su arrebato de
ceguera y locura, en una sencilla etiqueta de champú que arrojó inmediatamente al suelo, tal la veía de aburrida y simple. Las piedras insignificantes y sin valor que había a su
alrededor, veíalas como monedas de euros y recogíalas ansioso y raudo para
evitar que otro las viera, depositándolas en sus bolsillos con tal ambición y
necedad que acabó por romper el pantalón, viéndose en calzoncillos, siendo esta
vestimenta para él, la forma y vestimenta de un superhéroe y alegrándose por ello. De esta guisa fue
nuestro estudiante al ayuntamiento del pueblo que a sus ojos era un castillo
medieval, provocando los comentarios de todos los que le rodeaban que él creía
alabanzas por sus heroicidades. Una vez hubo llegado, estando frente a las
escaleras, quiso el azar poner al alcalde y a dos concejales saliendo del
edificio; en viendo esto nuestro loco, tomó al alcalde por rey medieval y a sus dos concejales por vasallos, y
acercándose a ellos y haciendo una reverencia díjoles:
“Su ilustrísima, disculpe
mi atrevimiento, pero mi familia necesita pan para todos los días y no pan para
hoy y hambre para mañana”.
A la mañana siguiente,
estaba nuestro “loco miope” andando camino del médico, pues esta fue la
recomendación de sus familiares, cuando topó con uno de esos perros pequeños
que son “perro ladrador poco mordedor” ladrándole, pues, su dueño no lo llevaba
sujeto como dicta la ley. En esto que viene el perro hacia el loco miope y
acometióle la miopía, tomando, así, al animal por balón de fútbol y a los ladridos que
emitía por gritos de la afición que coreaba su nombre, y, así, en un arranque
de euforia y completando la petición de su público, de una patada envió al
animal contra el inepto de su dueño que había tomado por una portería.
Una vez hubo llegado al hospital, se dirigió al mostrador
para pedir su cita y atendióle una de esas señoras dicharacheras que comenzó a
hablar de todo menos de la cita que pretendía nuestro joven, que apenas
conseguía terminar una frase, tal era la verborrea sin respiración de la
señora. Entonces, le arrebató a nuestro loco miope la locura y tomóla por cotorra
hasta tal punto que cuando tuvo unos segundos de paz, díjole, parafraseando a
Shackespeare:
“Señora, habla usted más en una hora de lo que podría oír en un mes…”
Muchas más anécdotas quisiera contaros sobre este peculiar personaje pero
el espacio no me permite seguir, con lo que me veo obligado a posponer más
locuras de este curioso joven que iré intercalando con mis artículos.
EL JOVENCITO HABLADOR
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