"Sábete, Sancho, que no es
un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos
suceden son señales de que pronto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos
bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de
aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está cerca" (M. de
Cervantes).
Sé
que escribir para España es gritar, gritar en un profundo vacío cuyo eco se
disipa en la nada trocada en inmensa oscuridad. Sin embargo, este es mi oficio
y, como tal, he de arrojar todas las emociones que bullen en mí para sentir que
llegada la hora final hice aquello que amaba por amor mismo al arte, así, sin
más.
La
lluvia empaña hoy las ventanas aquí en Salisbury, veo caer las gotas de la
cristalina lluvia y cómo resbalan lentamente por el cristal, nostálgicas
imágenes acuden a mí devolviéndome los mejores momentos que sentí entre los
cálidos abrazos de mi hogar. Tres meses me separan ya de la tierra que vi por
vez primera, tres meses me separan de la tierra en la que empecé a caminar,
hablar, soñar… Es extraño vivir tan lejos de casa, aunque estés bien, aunque
estés feliz, en todo momento, sientes un extraño vacío, un vacío de nostalgia
que parece no querer desvanecerse ni siquiera entre experiencias nuevas y
hermosas, un vacío que llegas a añorar porque aprendes a valorar aquellos
maravillosos instantes que viviste junto a la gente que amas en forma de bellas
imágenes y momentos que jamás olvidarás.
Esta
noche, a tres semanas de mi retorno a España, me pregunto: "¿Quiero
volver?" y aún hoy no sabría qué decir. Ciertamente, amo a mi gente pero
odio aquel lugar que obliga a los jóvenes al vacío existencial, a la monotonía
de estar en casa esperando la más precaria situación laboral; odio la
incertidumbre de no saber si mañana podré vivir en una casa a la que poder
llamar "mi hogar" porque se me va la vida buscando una estabilidad
que en España se paga a un precio demasiado alto: sacrificando la juventud y la
libertad.
Dicen
que una vez pasada la tormenta, el sol vuelve a brillar entre las nubes grises
pero ¿cuánto tiempo podemos esperar? ¿Hemos de vivir toda la vida en penumbra,
en incertidumbre? Escribir es solo un desahogo ante una lucha que se libra
dentro de todos y cada uno de los jóvenes que intentan vivir en España y que
veo cada día más consumidos por la desesperanza y la ineptitud de una clase
política ya caducada.
Las
últimas líneas de esta pequeña reflexión coinciden con el fin de la noche
tormentosa y de pavor, veo los primeros rayos gualda y su hermoso fulgor
horadando las nubes grises que se van disipando y dejando paso al nuevo día celeste
y esperanzador. La naturaleza, siempre sabia, busca su propio equilibrio, se
renueva, regalándonos otra importante lección; lástima que quienes ostentan el poder en
España no vean más allá de sus intereses lo que la naturaleza quiere
enseñarles.
El Jovencito Hablador
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