lunes, 24 de junio de 2013

La noche más hermosa del año.

Noche del amor insomne


"Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadenas.

Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tu por hondas lejanías
sobre tu débil corazón de arena.

La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.

Y el sol entro por el balcón cerrado
y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado."


García Lorca


Era la noche más hermosa del año, el cielo etéreo y limpio exhibía orgulloso su mejor semblante, las estrellas eran diminutos haces de luz, claros y brillantes, pareciera que un gran collar perlado se hubiera hecho añicos esparciéndose, desordenadas, sus preciosas perlas nácar por todo el firmamento. Altiva y bellísima, coronando el sublime cielo de la noche única, la luna, la luna más majestuosa que sus ojos habían visto jamás. Ella sentada en su terraza sobre un suelo sólido y frío, perdidos los ojos en la romántica esfera blanquecina, recordando la primera vez que él la cogió de la mano, recordando la primera vez que la besó, recordando la primera vez que le susurró «Te quiero» en una noche romántica, íntima y mágica como aquella. Él sentado sobre la fina arena, cansado de una agotadora jornada, buscando la calma en el oleaje de un mar tranquilo y oscuro bañado del blanco brillo del mágico orbe, recordando la primera vez que la vio sonreír, recordando la primera vez que vio brillo en su dulce mirada, recordando la primera vez que sus letras provocaron un inolvidable beso seguido de un entrañable abrazo. Ambos juntos por los recuerdos de momentos vividos y compartidos y separados por kilómetros de distancia, él redactando las líneas más hermosas que se le ocurrían para que el mar se las entregase y ella pidiéndole a la luna que sus palabras a sus oídos llegasen… Ambos deseando lo mismo, encontrarse en el romanticismo de aquella mágica e íntima noche y, finalmente, ambos volviendo a casa con el único afecto que puede quedar después de oír una voz tras una llamada.

    Él echado ya sobre su cama, con los ojos cerrados, en estado de duermevela y, al instante, de nuevo en la orilla frente al inmenso mar, y, allí, ella frente a él; solo se oía el aliento que exhalaban sus labios, la luna desplegaba todo su romanticismo y toda su magia, el lugar, la persona y el momento deseados, los ojos de él perdidos en la dulzura de la mirada de ella, los ojos de ella, esquivos por la timidez, pasaban de la arena a la ternura de los ojos de él. ­­ ­― ¿Sabes que esto es un sueño verdad? ― dijo él, ― Sé que es una noche perfecta― respondió ella. Él la cogió de la mano y sus ojos se hallaron y sin decir nada más, se fundieron en un beso, en un beso de ensueño, en un sueño eterno, en una eterna noche, en una noche para soñar, en una noche para amar.

El Jovencito Hablador

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