viernes, 15 de junio de 2012

Orfeo y Eurídice. Una bonita historia.


Iba Orfeo camino de casa cuando el sol acababa de ponerse; cruzó con cautela la avenida y, una vez estaba en la acera,  oyó sonar su móvil, era su esposa: “Orfeo cariño, ¿te queda mucho?” le dijo ella, “no Eu, cruzo la calle y estoy allí para cenar” respondió él, “venga papi que tengo hambre” dijo la vocecilla de su hija de seis años que se oyó a lo lejos y que provocó las risas de ambos; “te quiero” dijo, finalmente Eurídice, “yo también” respondió Orfeo, y colgaron. Orfeo guardó el móvil en su bolsillo y siguió caminando por la acera bajo la iluminación anaranjada de las farolas. Una vez hubo llegado al cruce que estaba frente a su casa, miró a ambos lados y empezó a cruzar, pero cuando ya había llegado casi al final de la calle, vio como una luz amarillenta lo cubría,  recibiendo, tras el fogonazo, la violenta embestida de un coche que lo despidió varios metros, quedando, Orfeo, tendido sobre el asfalto.
                Orfeo estaba de pie en la  trágica calle, no había nadie… Miraba a un lado y a otro, extrañado, asustado, perdido... De la nada apareció un hombre que caminaba hacia él, vestía pantalón de traje negro, camisa blanca, corbata oscura y chaqueta de traje negra; andaba apoyado sobre un bastón, era esbelto y se movía con caminar altivo y elegante. El extraño hombre fue acercándose a Orfeo que seguía nervioso y sin saber qué estaba pasando. Ambos se cruzaron una mirada y como atraídos, el uno porque estaba allí perdido, sin saber qué había ocurrido, y el otro porque estaba buscándolo, fueron andando hasta llegar a una altura propicia para la conversación. –“ Caballero, sabe usted ¿qué me ha pasado?”–­ dijo  tembloroso Orfeo, – “es extraño, Orfeo, como la vida es una cuestión de segundos, hace unos segundos volvías a casa a reunirte con tu familia y ahora tengo que llevarte…” – dijo el extraño; – “¿llevarme? ¿Adónde?” – dijo Orfeo extrañado, – “Yo soy  Muerte, querido Orfeo, y he de llevarte conmigo” – respondió el extraño; aquellas palabras verificaron los temores que sentía Orfeo tras lo ocurrido – “no puede ser, no he podido despedirme de mi mujer ni de mi hija, por favor, déjeme vivir, las amo tanto…” – dijo entre lágrimas y con desesperación Orfeo. – “Tendrás dos días para despedirte” – dijo Muerte con frialdad, – “Pero tengo mujer  e hija y he de luchar por ellas, ¿no hay ninguna manera de sobrevivir?” – Preguntó con incredulidad Orfeo, – “Sí, la hay, sobreviviendo a la muerte…” – respondió irónicamente Muerte mientras reía y se desvanecía entre neblina.
                Orfeo pasó aquellos dos días postrado sobre una cama de hospital, dolorido y viendo como su mujer lloraba desconsolada a su lado. Cumplió su deseo y pudo despedirse en un trágico momento que entristeció todo el hospital. El alba comenzó a iluminar su habitación que, al momento, se tornó en neblina. Una vez se hubo disipado la niebla, Orfeo, pudo ver al austero y extraño caballero, que se hacía llamar Muerte, sentado en un sofá apoyadas ambas manos sobre su bastón y con la mirada fija en él. Aunque el silencio era confortable, el extraño lo rompió – “Orfeo, dame la mano y vayámonos de este mundo como vinimos a él, paseando juntos.” – Orfeo quedó en silencio un instante, en lugar de ofrecer su mano, sacó unos papeles que había redactado la noche anterior y comenzó a recitar un poema magistral que dejó embelesada a la misma muerte; una vez hubo acabado, dijo, – “Muerte, aunque fría y cruel, eres justa y noble, pues representas la balanza, ya que, arrebatas la vida tanto a pobres como a ricos, tanto a buenos como a malos, tanto a mayores como a jóvenes… Sí eres así de justa, no puedes llevarme hoy contigo.” – La muerte comenzó a reír a carcajadas, y preguntó  – “¿Qué te hace pensar eso?, eres buen poeta pero…” – a lo que Orfeo respondió  – “Cuando viniste a por mí, dijiste que podría evadir la muerte si sobrevivía a ella” –,  – “sí, lo recuerdo” – dijo Muerte cuyo semblante pasó de la risa a la seriedad, – “Pues bien, prosiguió Orfeo, –¿no sobrevivió a la muerte Don Luis de Góngora, y aún hoy sobrevive cada vez que alguien lee sus poemas? ¿No sobrevive aún hoy Don Miguel de Cervantes cada vez que habla Don Quijote de la Mancha? ¿No sobrevivió  y aún hoy sobrevive Don Francisco de Goya cuando vemos sus cuadros? ¿No sobrevivió y aun revive hoy Don Ludwig Van Beethoven cuando suenan sus sinfonías?.. Mi poema está siendo leído por mi mujer ahora mismo, y mientras dialogamos, yo, sobrevivo a la muerte…” – Aquel extraño quedó pensativo, su rostro reflejaba sorpresa y admiración; – “ Es cierto que como poeta eres magnífico, y también es cierto que en tu poesía revivirás, de la misma manera, que los artistas que nombraste son eternos, y, dado que aquellas palabras burlonas, erradas por mi prepotencia, deben ser justas como lo es mi mano arrebatadora, te libero, esta vez, de tu muerte. Pero has de saber que volveré a por ti algún día porque aunque seas eterno, tu físico no lo es” – dijo, finalmente, con tono serio, el extraño caballero. Así, con un bello poema, Orfeo venció a la muerte y demostró que el amor sublima al hombre y que el arte lo eleva más allá de la finitud.

EL JOVENCITO HABLADOR

1 comentario:

Kidita dijo...

Tu también sobrevivirás a la muerte.

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