viernes, 8 de febrero de 2013

Arrodillarse y esperar.



“Hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra serlo.” Enrique Jardiel Poncela

Henos un día amando, sintiendo, viviendo, y al siguiente reflexionando sobre el sentido de nuestra vida, penando y lamentando. Heme aquí en esta noche pensando en nuestras caóticas vidas, buscándole sentido a cada acto y a cada elección, pues, es esta una noche oscura que me sume en tenebrosa reflexión. Qué sublimes los acordes de un violín en la nostalgia, cómo ayudan a recordar tiempos alegres, días de radiantes auroras, y cómo a través de ellos, derramas ingentes lágrimas que pasando por tu mejilla vienen a dar en un suelo frío e indiferente, un suelo tal cual es la vida. No hay sueños queridos soñadores, ni siquiera ensoñaciones, siempre hay cuerdas que te arrebatan las alas y te mantienen aferrado a esta maldita pesadilla recurrente que llamamos realidad; intentamos evadirnos creyendo en los sentimientos, esperanzados en que ellos nos aportaran toda la felicidad, pero, olvidamos, o queremos olvidar que el sentir tiene por costumbre perder la vida y rendirse al egoísmo de nuestra naturaleza humana. Nos levantamos una mañana y somos conscientes de que provocar llanto es mucho más sencillo que hacer reír y nos preguntamos ¿por qué...? simplemente porque estamos acostumbrados a lamentar, penar y llorar. Si nos paramos a reflexionar hallaremos cuantiosas razones por las que sentir pesar y poquísimas por las que sentir ilusión, y las que nos aportan ilusión, un día, caerán como la hoja amarillenta que un soplo liviano de aire arranca del árbol perenne, llevándosela sin retorno, perdiéndola más allá de nosotros, hasta ser una más de la calle otoñal cubierta de amarillentas hojas que se pisotean y patean con total indiferencia.

Numerosos años he defendido de la mejor manera que supe la fuerza de las pasiones, el creer que sentir estaba muy por encima de razonar, muy por encima de las insignificantes trabas que pudiera imponer la vida porque ni siquiera la misma vida estaba, para mí, a la altura de las pasiones ¿Cómo podría ponerle obstáculos que las detuviera estando muy por debajo de ellas? Es buen momento para arrodillarse y clavar la espada luchadora en la tierra fría, es buen momento para ver como el tiempo se aproxima, vestido de soldado con armadura azabache, preparado para asestar el último golpe a este caballero arrodillado que ve como yacen sobre el suelo los sentimientos, las esperanzas y las ilusiones cuyas vidas han sido ya sesgadas por la misma despiadada espada que, acercándose, dará término a la mía, que es ya, esta fatídica noche, acabada.

EL JOVENCITO HABLADOR.

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