“Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti.” (Séneca)
No ha
muchos días que vengo deseando escribir para mis lectores, y, aunque el tiempo
pugna por arrebatarme mis vehementes deseos, yo sigo afanado en cumplirlos y ofrecer
un rato solaz y ameno a quien guste de leerme. Parece que Febrero ha venido
este año con cálido semblante y, al igual que siempre, puesta la máscara en mes
de carnaval. En Cádiz ya se entremezclan los pitidos, las letras ingeniosas y
el clamor del público, a la vez que se preparan las carrozas en Brasil, pero
¿Qué hay de nosotros lector? ¿Nos pondremos este año la máscara? Todos
mentimos, dicen, y todos somos perfectos actores enmascarados; redactamos
nuestro propio guión, escogemos nuestro vestuario acorde a nuestro papel y
salimos a escena. Pero, al igual que somos magníficos actores, también somos
estupendos críticos de teatro capaces de cosificar y etiquetar a las personas
en función de lo que vemos. Este es nuestro mundo, actores que son críticos de
escena y críticos de escena que son actores, así estamos, siempre, contendiendo
unos con otros en no sé qué búsqueda de no sé qué premio, y, así, acabamos el día
cuando reflexionamos sobre los demás o sobre las personas con las que topamos: afligidos, tristes, cansados… Es cierto, no cambiamos nada pensando esto, es
naturaleza, ley de vida, pero, entonces, ¿por qué esconderse detrás de una
máscara de sinceridad, lealtad y moralidad cuando al despojárnosla somos
inmorales, desleales e hipócritas? Me gusta pensar y sé que detrás de nuestras
máscaras aún quedan rostros leales y morales que han vencido, hace mucho ya, a
la ley de la naturaleza, ofreciendo una nueva forma de vivir que mejora la de
todos los que siguen su ejemplo.
¿A qué viene todo esto Jovencito
Hablador, diréis? Y presto seré yo en daros ilustre explicación. Topeme, no
hace más de dos días, con un conocido, lector mío, que puesta la máscara díjome
que de qué me servía perder el tiempo en redacciones inútiles que exponía cada
mucho tiempo, y para apoyar su increpación, usó esa voz “todos” que suele
utilizarse como argumento en las discusiones de sinrazón; así, vino a decirme,
que si escribía más, en menos tiempo, y temas más enfocados a los problemas
sociales y no a lo que me aviene, probablemente, tuviera más seguidores, pero
si hiciera eso que se me exige perderían calidad mis escritos y personalidad
mis letras, luego, ¿Debo, lector, sacrificar mi calidad por contentar a más público?
Cualquier canal de televisión no dudaría en responder, muchos directores de
cine tampoco, e incluso muchísimos escritores tampoco lo harían, pero ¿qué
opinas tú que me lees, debo ponerme una máscara?
EL
JOVENCITO HABLADOR
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