sábado, 8 de diciembre de 2012

Adiós Jovencito...


“Escribir es verse frente a un cristal que te interroga con tus propios ojos, es oír el eco en una inmensa cueva volver con las críticas que pronuncia tu propia voz” El Jovencito Hablador.

 “Escribir es verse frente a un cristal que te interroga con tus propios ojos, es oír el eco en una inmensa cueva volver con las críticas que pronuncia tu propia voz” Esta cita oí muchas noches mientras soñaba, una y otra vez. Me pareció curiosa y extraña, así que, intrigado, decidí buscarla en libros y páginas de Internet, no hallando nada, por lo que, tomé aquello por locura ingeniosa de mi subconsciente.

Es ya Diciembre, otro año toca a su fin y yo sigo preguntándome por qué no entiendo nada de lo que la gente considera, hoy, normal, sigo sin hallar coherencia en este mundo que nos zarandea, nos consume y nos destruye. ¿Por qué si la gente tiene acceso a una educación gratuita es tan maleducada? ¿Por qué si la gente puede estudiar y tiene estudios, es tan ignorante? ¿Por qué las personas que defienden y actúan con bondad y  honra son caricaturas de las que reírse por considerárselas idiotas? ¿Por qué la audiencia favorece la emisión de programas estúpidos que se centran en el morbo y el insulto? ¿Por qué las figuras que elegimos como representantes nuestros para mejorar nuestra vida se dedican a hacérnosla imposible? ¿Por qué sales a la calle y te faltan al respeto continuamente, desde niños hasta ancianos?..

Almorcé viendo el televisor, series repetidas, discusiones estúpidas sobre gente que no me importa, películas con argumentos pobres y una cantidad ingente de anuncios… Una vez hube terminado, decidí salir a caminar, como acostumbro, por lo que queda de verde por aquí. Aún seguía pensando en aquella cita que se  había repetido en mis sueños. Cuando llevaba andado gran parte del camino que suelo recorrer, el cielo comenzó a cubrirse de nubes grises, así que me vi obligado a volver. Como la lluvia amenazaba con aparecer, opté por atajar y aunque siempre suelo bordearlo, esta vez no pude evitar cruzarlo… Silencio y frío, un frío que helaba las venas, tumbas de cemento, aliento gélido exhalaban, ilusiones y deseos enterrados, cementerio, aquí estoy, cementerio cuán verdadera es tu existencia. Yo, allí en medio del lugar más temido por el hombre, rodeado de vida sin vida, viendo las flores marchitarse y el sol rendirse a la penumbra, buscando refugio en la calidez de mi corazón, comprobando, aterrorizado, cómo este se helaba y cómo perdía la vida evocando cada ilusión enterrada y cada deseo sesgado. Un dolor indescriptible empezó a recorrer mi cuerpo, sentí que se me iba la vida y no me aferraba a ella, no intentaba contender contra la muerte porque sabía que luchar contra la vida era muchísimo más doloroso, muchísimo más duro. En un último esfuerzo, metí mi mano en el bolsillo buscando mi pluma y un trozo de papel para intentar redactar las últimas líneas de una vida cualquiera, de una vida cuyo argumento no interesa a nadie, pero escribir es como amar, no lo elegimos, aflora, emana, emerge y de un tumulto de sensaciones se crean trazos que quedan en el papel, en un hoy sin tiempo, en un hoy que es siempre, en un hoy que es ahora, en un hoy sin tiempo que es siempre un ahora. Me hinqué de rodillas, los trazos eran casi ilegibles, la vista se me nublaba, el cuerpo se me estremecía del dolor, mis últimas letras decían: “en un hoy sin tiempo que es siempre un ahora”; en ese instante, noté que se me iba la fuerza de las manos, y, entonces, vi como mi pluma cayó sobre la tierra inerte, fría y oscura. Mi última ilusión, escribir, yacía sobre la arena sin vida… Era momento de despedirse, lágrimas amargas, mi voz temblorosa que repetía el pasaje: “No elegimos cuando las grises nubes nublan un sol primaveral, ni cuando un conductor ebrio abate a un ser querido. No elegimos el día en que la penumbra oscurecerá nuestros ojos, cerrándolos para siempre y envolviéndolos en sombras hasta divisar la postrera luz, ni cuando Cupido enlaza el alma de dos personas. Simplemente vemos venir los acontecimientos, como espectadores de un gran teatro, e intentamos que nos favorezcan sabiendo que nuestra intervención no servirá de nada.” (Devenir, El Jovencito Hablador). Cerré los ojos y caí pesadamente sobre la tierra, todo se sumió en una oscuridad estremecedora.

Las gotas de lluvia me despertaron, yacía allí, postrado sobre aquella tierra fría que se humedecía con el agua de las nubes grises. Abrí los ojos y me sobresalté, me quedé sin habla… Eran mis ojos, mis propios ojos pequeños y de un oscuro marrón los que me miraban; delante de mí había un joven con el pelo castaño, con mirada cálida y sonrisa alegre, era yo de joven, mi juventud frente a mí observándome con tantísima vitalidad y tantísimas cosas que hacer y por las que vivir. “Señor esa pluma es mía”- me dijo-, sacándome de mis pensamientos, no dije nada, permanecí allí asombrado y callado, mirando aquella sinrazón, “soy yo señor, yo le hablé en sueños, ¿recuerda?”–preguntó mientras me interrogaba con la mirada-, “escribir es verse frente a un cristal que te interroga con tus propios ojos, es oír el eco en una inmensa cueva volver con las críticas que pronuncia tu propia voz…”-dijo, repitiendo aquella cita-; yo no entendía nada, no salía de mi asombro, no era capaz de hablar, “señor me da la pluma, por favor”- me dijo-, sin articular palabra, sin saber qué estaba ocurriendo, tal era el grado de asombro en que estaba, y como llevado de una fuerza desconocida, cogí la pluma que estaba debajo de mi mano y se la entregué; me sonrió, se dio la vuelta y se marchó perdiéndose en la oscuridad. Yo seguía mirando hacia la inmensa penumbra, sin decir nada, absorto… “Adiós Jovencito” dije finalmente…

El Jovencito Hablador.

1 comentario:

El jovencito hablador dijo...

Exacto, inspirado por él. Buen ojo y buena memoria :)

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