miércoles, 5 de septiembre de 2012

Desaires del jovencito hablador. Reírse un poco no va nada mal


De un viejo demente:

Para mi chica sonriente…

Señorita, a mi que por nombre pusiéronme Alejandro, y que por oficio no tengo otro que el de creer ser escritor, muéstrome ante usted, hoy, en tareas de doctor.
 Dicen de los dolores, los filósofos modernos, que cúranse sonriendo, y yo, que, sabio soy en la materia, pues de la ijada y de otros males que trae la vejez, no curo, en oyendo esto, pásome ahora el día con una sonrisa de oreja a oreja como payaso enhiesto. Así vínome no ha muchos días un joven graciosillo que díjome: “oiga señor porque anda usted como el feo de la película el jorobado de notre damme”, dichosos jovencitos… Con amplia sonrisa, más por recomendación de filósofos que porque quisiera mantenerla, respondile: “pues hijo, porque así puedo estar a tu altura…” Este y otros sucesos parecidos que me acaecieron lleváronme a no poder mantener la terapia de la sonrisa, así, en viendo que la filosofía de la risa caía por su propio peso, similar a la torre de Pissa, acudí a otros filósofos para que me guiaran con su excelsa sabiduría. Uno de ellos decía que hemos de eliminar el deseo para poder sesgar, acabar con el dolor, como aquella idea parecióle buena a mucha gente que incluso lo sigue como guía espiritual, a mí parecióme también una buena terapi; así, impregnado, pues, de esta nueva filosofía, fui prescindiendo de todo lo que deseaba: Ir a una playa nudista con chicas jóvenes desfilando sin ropajes, frecuentar alguna librería llena de libros viejos como yo, dejar de comer, dejar de beber, dejar de orinar, dejar de… Al tercer día cambié el filósofo consolador por el médico remediador, y no por abandonar mi nueva filosofía, sino porque más bien mi maltrecho físico se hizo aguas y rías. Por último quise entregar mi alma a un Dios porque me prometía su libro que rezando en su templo se me curarían mis dolores, pero después de tres meses de rezos no hallé consuelo, entonces, fuíme a una iglesia y le dije al cura: “Llevo tres meses de rezos, ¿Cuándo se me acaban los males?” a lo que el cura me respondió: “Cuando dejé usted su cuerpo y pase a la siguiente vida..” Obviamente abandoné la religión, yo quiero que mis males se curen ahora, estando muerto ¿para qué quiero estar bien?.. ¿De lógica no?.. Pues parece ser que no…

            Como ves, lo mío no es la filosofía balsámica o ser doctor pero seguro que con estas letrillas que te he dejado te ríes un poco y te olvidas de todos los males. Lo olvidaba, si alguien ve a un tal Alzheimer que me lo haga saber porque estando ayer en el sofá perdí mis gafas y  le pregunté a mi nieto: -“nieto, nieto, cómo se llama el idiota alemán ese que va por ahí escondiéndome las cosas…”- y me dijo: -“Alzheimer, abuelo, Alzheimer…”

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